Cosas raras
Fecha Lunes, 11 mayo a las 11:12:18
Tema Noticias


El 2 de mayo de 2015 se publicó en “Principia”, el suplemento de divulgación científica del periódico “Diario de Avisos” de Santa Cruz de Tenerife, coordinado por Verónica Martín, el artículo titulado “Cosas raras”, escrito por Ricardo Campo Pérez, Doctor en Filosofía y miembro del Aula Cultural de Divulgación Científica. Por su gran interés lo reproducimos más abajo. Se puede descargar el artículo en su formato original en ESTE ENLACE.

Cosas raras.

Los autores sobre paranormaleríos variados se disparan cuando les hacen una entrevista publicitaria. Enlazan temas variopintos, totalmente heterogéneos, bajo el paraguas de la magia, un paraguas lleno de agujeros. Te sueltan a quemarropa cosas como islas fantasmas, casas encantadas, leyendas de luces misteriosas, masones, vampiros y platillos volantes. Y las batallas espectrales (sic), que son canela fina, sean lo que sean. Me parece que algunos vieron la saga de Star Wars y se creen que Obi-Wan Kenobi vive escondido en algún tubo volcánico de Las Cañadas.



¿Por qué cree la gente en cosas raras? O dicen creer en ellas: me parecería muy llamativo, misterioso casi, que alguien lleve décadas escuchando las mismas historias, los mismos patrones de relatos, la misma colección de testimonios (con crédito limitado por naturaleza) con parecidos familiares, las mismas elucubraciones por parte de otros voceros, todos estancados en los mismos callejones sin salida, y siga tragándoselo todo a palo seco sin poner en duda, en su intimidad, nada de ello. Y luego están esos malditos científicos, que no prestan atención a lo que hago, o que, en realidad creen en la magia y en cuantas maravillas salen en Cuarto milenio, pero les da apuro decirlo. Supongo que la imagen de la ciencia que algunos manejan debe asemejarse a la del profesor chiflado de Jerry Lewis.

Según Michael Shermer, muchas personas creen en cosas raras porque se sienten bien creyendo en ellas. Son creencias reconfortantes, y dan sentido a la vida. Además, ofrecen gratificación inmediata, como los videntes. Lo paranormal, el misterio, la magia, son símbolos: remiten automáticamente a un mundo distinto y mejor, de calidad, sin los condicionantes materialistas de éste. Sin malos olores. Un mundo donde las enfermedades, en particular, son vistas como desequilibrios que una plétora de alternativos te puede sacar en unas pocas sesiones, en todo ese espectro que va del curandero de pueblo al doctor homeópata con consulta en la gran ciudad. Si a todo esto sumamos los rasgos psicológicos de cada persona, cómo percibe cada quien la realidad exterior y la interior –que no es igual en todos los humanos, por supuesto- y la pertenencia a una cultura donde este terreno quedó relegado, en su mayor parte, al mundo empresarial (libros, revistas, programas de radio y televisión), que es el medio que la gente usa para informarse e instruirse una vez abandona las escuelas, tenemos un escenario con el que hacernos una idea inicial de por qué la gente cree en cosas raras. Y además, porque la racionalidad y la crítica son, paradójicamente, bichos raros; no son herramientas naturales, al menos no con el grado de sofisticación necesario como para rechazar sobre la marcha al listo de turno que quiere vender sus refritos mágicos. En este sentido, la convivencia entre racionalidad e irracionalidad es inevitable, siempre estarán presentes, incluso mezclándose en la práctica. Son innumerables los científicos que han creído en cosas raras. El caso más llamativo es el de los científicos (Crookes, Wallace, Richet) que creían en el espiritismo en una época donde la ciencia contaba aún con más prestigio que ahora. Mesmerismo, curación magnética e ilustración son contemporáneos. Lo irracional nunca ha regresado porque nunca se fue; siempre ha estado ahí y seguirá estando, aunque bajo nuevos formatos. Un ejemplo mínimo pero evidente: parte de los investigadores de ovnis y fenómenos extraños de las últimas décadas se han pasado a la historia alternativa, a informar de que no nos morimos nunca, realmente, y a contar historias de sucesos y anécdotas medio escabrosas como si ocultasen claves ocultas. Su criterio básico es las audiencias.

No importa que San Borondón no existiera nunca, porque es imposible, ni que los extraterrestres no visitaran nunca Canarias, ni ninguna otra parte del mundo. Tampoco importa que las casas encantadas sean producto de una mala comprensión de cómo funciona nuestra percepción y del poder del rumor para impresionar a gente predispuesta en lugares que nuestra cultura considera tenebrosos. Ni que algunas personas piensen que un sueño en el que se sentían raptados por alienígenas ocurrió en la realidad externa. O que algunos confundan la historia con un escenario de maravillas postergadas por los aburridos historiadores y arqueólogos oficiales. Lo sorprendente, lo que es capaz de despertar la curiosidad de otros muchos, es precisamente lograr explicaciones racionales para este folclore contemporáneo, una especie de tecno-romanticismo para consumo de masas.

Categoría: Publicaciones Recomendadas.

RCP.
ACDC. 11May2015.







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