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El 18 de abril de 2015 se publicó en “Principia”, el suplemento de divulgación científica del periódico “Diario de Avisos” de Santa Cruz de Tenerife, coordinado por Verónica Martín, el artículo titulado “¿Se puede creer a un testigo?”, escrito por Ricardo Campo Pérez, Doctor en Filosofía y miembro del Aula Cultural de Divulgación Científica. Por su gran interés lo reproducimos más abajo. Se puede descargar el artículo en su formato original en ESTE ENLACE.
¿Se puede creer a un testigo?
Ésta es la interesante pregunta que lleva por título un libro de la psicóloga italiana Giuliana Mazzoni (Editorial Trotta, Madrid, 2010). Es una pregunta básica y un ejercicio preliminar de pensamiento crítico, y por tanto, no se la escuchará usted a ningún periodista de lo anómalo, figurón del más allá o cantamañanas del ocultismo disfrazado de ciencia de vanguardia, que proliferan como moscas un día de verano pegajoso. Toda esa sección pseudo-alternativa y de emotivismo rancio ante la que sus colegas de profesión, los periodistas, adquieren a menudo un tono de adulación y complicidad cuanto más grande sea la estupidez proferida, dará el visto bueno a cualquier imaginación, experiencia deformada y dudosa o rumor de décima generación que llegue a sus manos, si lo consideran útil para engrosar su saldo por medio de un artículo, conferencia, curso alternativo o pachanga de Youtube de descubrimiento revolucionario. Son cerebros recalentados por el coelholismo generalizado que padecemos: la bobada elevada a la categoría de enseñanza espiritual.
En general, a la pregunta de si se puede creer a un testigo se puede responder con un sí, pero con muchas salvedades. A veces, un no es la respuesta más lógica. Normalmente los testigos (de un accidente de tráfico, de la aparición de un ovni, de un atentado terrorista) no mienten, por cuanto mentir supone deformar la realidad voluntariamente; pero sí deformarán la realidad involuntariamente, porque es imposible no hacerlo. La evidencia al respecto es abrumadora, y es tenida en cuenta por los psicólogos y los profesionales de la jurisprudencia, que son quienes más directamente experimentan con ese proceso imperfecto que es transmitir una versión de algo ocurrido por medio de palabras. Es algo común y lógico, pero en el mundo de los misterios periodísticos, como es una especie de religión con tabúes, esto no se tiene en cuenta. ¿Cómo va a ser de otra manera?; ¿cómo sustentar su teatro si no es confiando ciegamente en la palabra de los testigos sin cuestionarla jamás?
A menudo los testimonios han sido inducidos por los entrevistadores. Cojan cualquier libraco de ovnis basado en relatos y verán cómo el periodista orienta al testigo preguntándole por las características de la “nave”, cuando lo que vio el tipo fue una luz sin forma determinada. ¿Cómo funciona el “efecto arma” en los testimonios sobre apariciones misteriosas?: cuando alguien se ve amenazado por un arma solo recuerda de manera vaga e imprecisa los elementos del episodio. Según Mazzoni, el testimonio del arma suele ser fiable, pero no el del resto del episodio. A menudo en el recuerdo se hallan presentes elementos que no tenían nada que ver con la escena y se han introducido de forma incorrecta. También influye el momento de conciencia en que se halle el testigo: si estamos entre el sueño y la vigilia la fiabilidad de nuestro testimonio posterior decrece. También influye fuertemente en la palabra transmitida (una versión de la realidad) los conocimientos que se poseen sobre el mundo y las cosas, los cuales, a su vez, influyen en el modo de percibir y codificar un objeto, una situación o un suceso y, más tarde, en el modo de presentarlos en la memoria a largo plazo. Si la percepción es dudosa por naturaleza, más lo es el recuerdo. Como indica la citada psicóloga, la interpretación de los acontecimientos juega un papel primordial para modificar el contenido de la memoria. En consecuencia, incluso el contenido del recuerdo y su relato posterior, en el momento en que quiera recuperarse de la memoria, resultará modificado respecto al suceso original.
Es recomendable tener en mente esta brevísima selección de las características de nuestro aparato perceptivo y del recuerdo cuando nos presenten testimonios de “viajes astrales”, apariciones de animales inexistentes como el Bigfoot o la lagartija del lago Ness, de un fantasma que vive en una casa abandonada, de un ovni que fue visto por un experimentado piloto militar o por Juanito el de la panadería, o alguien nos argumente con el “amimefuncionalismo” para convencernos de que la homeopatía curó a su hámster el catarro (ni eso puede curar, como es lógico: su hámster y usted sanan de muchas enfermedades porque sus cuerpos tienen una cosa que se llama sistema inmunitario). También las apariciones marianas y los alienados de los chemtrails (estelas inocuas de aviones que para algunos son venenos diseminados por el Big Brother, se mueven en la misma categoría: la de una realidad paralela construida a medida de extrañas creencias que se apoyan en la ignorancia de cómo funcionan nuestros ojos, nuestra interpretación de lo que vemos, nuestra habilidad para recordar y cómo lo expresamos por medio de palabras ante una fuente aparentemente autorizada. Algunos pretenden que las universidades acojan romerías basadas en estos mejunjes. No parecen darse cuenta de que el objeto de estudio es quien vende estas historias como misterios y la mente de quienes se las tragan sin masticar.
Categoría: Publicaciones Recomendadas.
RCP.
ACDC. 20Abr2015.