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El astral espiritista
 

El 15 de noviembre de 2014 se publicó en “Principia”, el suplemento de divulgación científica del periódico “Diario de Avisos” de Santa Cruz de Tenerife, coordinado por Verónica Martín, el artículo titulado “El astral espiritista”, escrito por Ricardo Campo Pérez, Doctor en Filosofía y miembro del Aula Cultural de Divulgación Científica. Por su gran interés lo reproducimos más abajo. Se puede descargar el artículo en su formato original en ESTE ENLACE.

El astral espiritista.

El pasado día 1 ABC publicó un artículo sobre el espiritismo, creencia propia del siglo XIX pero basada en creencias mucho más antiguas, básicamente en el dualismo antropológico. Según los espiritistas, la posibilidad de contactar con los muertos es un sentido más, aunque no nos dicen cuál es la base fisiológica cerebral de tal sentido. Quizá es que están usado el término sentido como les da la gana. También aseguran que “hay una inteligencia que mueve todas las manifestaciones espirituales”. Cierto: la del propio creyente en el contacto con el más allá.



Un buen número de científicos creyeron en las especulaciones espiritistas, y las investigaron; entre ellos, en el siglo XIX, el químico William Crookes y Alfred Russel Wallace, co-descubridor junto con Darwin de la selección natural de las especies y de la evolución. Pero estos científicos y otros muchos no pueden ser esgrimidos como argumento de autoridad para defender la realidad de planteamientos sobrenaturales. La supuesta realidad de un más allá debería ser probada independientemente de la autoridad, fama o prestigio histórico de quien sea. Y eso, precisamente no ha ocurrido aún, por muy astralmente que se dediquen a viajar algunos ocultistas influidos por la tecnología y con una comprensión de la ciencia sui géneris.

Antes que los citados fue el médico Franz Anton Mesmer, en el siglo XVIII, quien propuso la existencia del magnetismo animal, fluido universal o fuerza oculta que lo permea todo y cuyo desequilibrio desemboca en enfermedades, y que refleja la creencia en una naturaleza viva, de manera semejante a las doctrinas esotéricas de la Naturphilosophie. Más tarde los espiritistas lo llamaron periespíritu. También Mesmer refería fenómenos empíricos como apoyo para sus creencias y pensaba que su teoría era de tipo mecanicista, como las que trataban de explicar la dinámica de los fluidos. Diversas academias científicas dictaminaron que las curaciones mesméricas se fundamentaban en lo que ahora denominamos efecto placebo.

En el siglo XIX las hermanas Fox inventaron el contacto con el más allá en Hydesville (Nueva York) produciendo variados ruidos chasqueando las articulaciones (y otros truquitos). La historia es muy conocida, y basta hacer la búsqueda correspondiente en Internet para darse cuenta de que la señora Germain y todas sus antecesoras y contemporáneas no deberían ser invitadas a ningún sarao engañabobos ni a ninguna televisión.

En esa línea que pasa por Helena Blavatsky, las hermanas Fox y Allan Kardek encontramos en el final no solo el espiritismo contemporáneo (una religión minoritaria como otra cualquiera) sino a los que pretenden convencer a la parroquia de la realidad del “viaje astral”, una especie de “experiencia fuera del cuerpo” como la que experimentan algunos sujetos en estadios cercanos a la muerte. El “astral” es un invento del ocultismo del siglo XIX, con Blavatsky como maestra de ceremonias (los siente cuerpos del ser humano), y viajando en ese “plano” podemos ir de un lado para otro del cosmos, gratis y sin tarjeta de embarque. El viaje astral es una interpretación neo-romántica de una parte de la actividad cerebral cuyo funcionamiento normal se ve alterado temporalmente. Lo correcto es dar una visión neurocientífica de esos fenómenos; lo equivocado es ofrecer agua contaminada al sediento que te lee, proceder habitual de la pseudociencia que tiene que ver con las creencias transcendentalistas del lector de ocultismo administrado por la industria de creación de “masallases”.

Cuando alguien pretende convencer de semejante realidad a sus lectores debe, en primer lugar, probar que tal plano astral existe, y en segundo, probar que se puede saltar, desde nuestro cráneo, a tal ámbito. Si no, estás cometiendo una falacia argumental clásica, y en lugar de provocar una revolución de magnitud copernicana en la antropología y en toda la concepción del cosmos seguirás siendo un aficionado a las creencias ocultistas más rancias. Los testimonios no son prueba válida. También hay testimonios de gente que “contactó” con extraterrestres de Ganímedes y no por eso trababan en el Instituto de Astrobiología de la NASA. Para dar por cierto y verificado el viaje astral son necesarias muchas repeticiones de experimentos, muchos equipos multidisciplinares trabajando independientemente durante años y muchas publicaciones y contra-publicaciones en revistas académicas. Así que por que unos pocos psiquiatras crean que eso que otros bautizaron como “viaje astral” se distingue ontológicamente de los fenómenos neuroquímicos de nuestro cerebro no podemos quedar convencidos y pensar que, después de almorzar el domingo o bien cuando nos extingamos definitivamente, vamos a seguir disfrutando de una conciencia extra y mejorada en una esfera “chill out” con olor a agua de rosas. Por cierto, busque el lector el artículo de Jason Braithwaite publicado en 2011 en la revista Cortex (http://tinyurl.com/qgqzfz3) y el reciente experimento de Olaf Blanke http://magonia.com/2014/11/06/fantasmas-en-el-laboratorio/).

Categoría: Publicaciones Recomendadas.

RCP.
ACDC. 20Nov2014.


Enviado el Jueves, 20 noviembre a las 13:10:17 por divulgacioncientifica (840 lecturas)
 
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