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Darwin en Canarias
 

El 16 de enero se publicó en “Principia”, el suplemento de divulgación científica del periódico “Diario de Avisos” de Santa Cruz de Tenerife, coordinado por Verónica Martín, el artículo titulado “Darwin en Canarias”, escrito por el Dr. José María Riol Cimas, Profesor Titular de Bioquímica y Biología Molecular en la Universidad de La Laguna y miembro del Aula Cultural de Divulgación Científica. Por su gran interés lo reproducimos más abajo. Se puede descargar el artículo en su formato original en ESTE ENLACE.

Darwin en Canarias.

“Después de haber tenido que retroceder dos veces, a causa de fuertes temporales del Sudoeste, el Beagle, bergantín de diez cañones, al mando del capitán Fitz Roy, de la Marina Real Inglesa, zarpó de Davenport el 27 de diciembre de 1831. El objeto de la expedición era completar los trabajos de hidrografía de Patagonia y Tierra del Fuego, comenzados, bajo la dirección del capitán King, de 1826 a 1830 -la hidrografía de las costas de Chile, del Perú y de algunas islas del Pacífico-, y efectuar una serie de medidas cronométricas alrededor del mundo. El 6 de enero llegamos a Tenerife, pero se nos prohibió desembarcar, por temor de que lleváramos el cólera; a la mañana siguiente vimos salir el Sol tras el escarpado perfil de la isla de Gran Canaria e iluminar súbitamente el pico de Tenerife, en tanto las regiones más bajas aparecían veladas en nubes aborregadas”.

El texto anterior se puede leer en las primeras líneas del primer capítulo de uno de los grandes libros de la literatura de viajes de todos los tiempos, el Diario del viaje de un naturalista alrededor del mundo, de Charles Robert Darwin (1809-1882), el autor de El origen de las especies, la principal de las obras por las que ha pasado a la historia, en la que trabajó con diversas interrupciones durante más de veinte años hasta su publicación el 24 de noviembre de 1859.



Darwin, entonces un joven de sólo veintidós años, vio así frustradas sus expectativas de ascender al pico de Tenerife, es decir, al Teide, así como de estudiar su flora y contemplar sus árboles del dragón, sus dragos. Se desvanecía la posibilidad de confirmar personalmente las maravillosas informaciones sobre la isla que tenía a partir de sus lecturas, especialmente de las obras del geógrafo, explorador y naturalista Alexander von Humboldt y de las del geólogo Charles Lyell. Éste último ejerció sobre Darwin una gran influencia, pues no hay que olvidar que tuvo el primer volumen de la gran obra de Lyell, los Principios de Geología, como libro de cabecera durante su viaje de cinco años alrededor del mundo en el Beagle.

¿Qué habría ocurrido si Darwin hubiera llegado a desembarcar en la isla de Tenerife? Nunca lo sabremos, pues cualquier respuesta implicaría entrar en el territorio soñado de la ucronía, y las ucronías, aun siendo reconstrucciones lógicas, se basan en acontecimientos no sucedidos.

No obstante, cabe pensar que de haber visitado todas las islas del archipiélago canario, tal vez ello hubiera contribuido a hacerle ver con antelación la variación de las especies en el espacio, lo que luego observó durante su estancia de poco más de un mes en las Islas Galápagos, frente a las costas de Ecuador, entre septiembre y octubre de 1835. Por otro lado, la variación gradual de las especies en el tiempo las entendería a partir de sus hallazgos de fósiles en la Patagonia.

En cuanto a la variación de las especies en el espacio, es importante recordar lo que Darwin escribe acerca de las Islas Galápagos en el diario del viaje antes citado: “Hasta ahora no he indicado el rasgo más notable de la Historia Natural de este archipiélago, y es que las diferentes islas, en una extensión considerable, están habitadas por conjuntos diferentes de seres (…) Nunca pude figurarme que unas islas separadas por 50 o 60 millas de distancia, y la mayor parte a la vista unas de otras, formadas precisamente por las mismas rocas, gozando de un clima idéntico, y que se levantan casi a la misma altura, estuvieran pobladas por seres orgánicos diferentes (…) Por lo que ahora toca a la flora, veremos que las plantas aborígenes de las diferentes islas son prodigiosamente distintas”; Darwin también se lamenta: “Parece signo adverso de casi todos los viajeros tener que salir precipitadamente de una localidad en cuanto han descubierto lo más interesante que hay en ella”

Cualquier lector, desconocedor de que el texto anterior se refiere a las Islas Galápagos, bien podría pensar que pudiera hablarse de las Islas Canarias, por ejemplo. En cuanto a las últimas líneas del párrafo anterior, tristemente, Darwin ni siquiera tuvo que salir precipitadamente de Canarias: simplemente no llegó a pisar su tierra y, por lo tanto, no pudo confirmar “las descripciones de Humboldt de las gloriosas vistas de las islas”, ni tuvo la oportunidad de visitar “esta gloriosa isla”, como califica a Tenerife en la carta que escribe a su padre el 8 de febrero de 1832, al día siguiente de abandonar el vecino archipiélago de Cabo Verde, donde permaneció durante veintitrés días.

Así pues, por miedo de las autoridades a la epidemia de cólera desatada en Inglaterra, lugar de procedencia del H.M.S. Beagle, Tenerife no llegó a formar parte del elenco de lugares en los que desembarcó una de las expediciones más importantes de todas las que han tenido lugar a lo largo de la historia. Pero, en cualquier caso, el viaje transformó al joven Darwin, que vio cómo algunas de sus creencias geológicas, biológicas y religiosas se tambaleaban a la vista de los nuevos mundos que se abrían ante sus ojos. No es de extrañar que, en su autobiografía, escribiera que “El viaje del Beagle ha sido con mucho el acontecimiento más importante de mi vida, y ha determinado toda mi carrera”.

Figura: Charles Robert Darwin (1809-1882) en su juventud.

Categoría: Publicaciones Recomendadas.

José María Riol Cimas.
ACDC. 17Ene2014.


Enviado el Viernes, 17 enero a las 11:05:16 por divulgacioncientifica (2255 lecturas)
 
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