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Una historia extraterrestre
 

El 2 de octubre se publicó en el periódico “La Opinión de Tenerife”, el artículo titulado “Una historia extraterrestre”, escrito por Ricardo Campo Pérez, Doctor en Filosofía y miembro del Aula Cultural de Divulgación Científica. Por su gran interés lo reproducimos más abajo. Se puede descargar el artículo en su formato original en ESTE ENLACE.

Una historia extraterrestre.


¿Leyó usted en algún medio hace un par de semanas la noticia de que habían descubierto microorganismos extraterrestres en la alta atmósfera revoloteando de un lado para otro y fecundando al planeta con la vida? La novedad parte de un artículo publicado en la criticada revista Journal of Cosmology por científicos del Departamento de Biología Molecular y Biotecnología de la Universidad de Sheffield. ¿No le sorprende la rapidez con la que tal noticia desapareció de la circulación tratándose, en caso de ser cierta, del más importante descubrimiento científico de la historia? No es sorprendente, porque su falsedad era muy probable. Lo mismo ocurre con todas las historias que sobre alienígenas y ovnis nos cuenta el periodismo de misterios y el mundillo asociado. Las visitas de extraterrestres a bordo de platillos volantes es una creencia que ha contado con mejores épocas: en la segunda mitad del siglo pasado se generó toda una mitología en torno a estas historias nacidas, en lo importante, de la creatividad de novelistas sin pudor y de la imaginación de sujetos con rasgos de personalidad distintos a la media, por decirlo elegantemente. Pero la creencia en sí es muy antigua, aunque haya adoptado otras formas a lo largo de la historia.



En la antigua Grecia se especuló con la pluralidad de los mundos habitados. El debate entre los atomistas como Demócrito, partidarios de la existencia de otros mundos, y Aristóteles, que negaba su existencia, se saldó a favor de éste. Epicuro fue también un firme partidario de la pluralidad, así como Lucrecio, que aseguraba en el siglo I a.C. que en otras partes del Universo debe haber planetas con diferentes razas de hombres y animales. La creencia en que la Luna estaba habitada era ya antigua entonces; así, Luciano de Samósata la usa para sus irónicos cuentos. En la Edad Media, Tomás de Aquino argumenta que la existencia de otros mundos no se opone a la doctrina de iglesia católica, aunque finalmente se decanta por la unicidad de nuestro mundo por razones filosóficas. Parte de la jerarquía católica abogaba por la posibilidad de que Dios crease nuevos mundos de la nada, facultad exigida por la idea de la omnipotencia divina.

Giordano Bruno fue ajusticiado en 1600 por la Inquisición, entre otras muchas razones de mayor peso, por defender abiertamente la infinitud del universo, en el que existirían infinitos sistemas solares como el nuestro e infinitos seres racionales. Bernard de Fontenelle, popular escritor y divulgador de la ciencia del siglo XVII, escribe Conversaciones sobre la pluralidad de mundos y Voltaire formula una especie de principio de mediocridad al relativizar nuestra condición humana en comparación con el Universo en Micromegas, breve relato que tiene como protagonista a un ser gigante originario de un planeta que orbita alrededor de la estrella Sirio.

En el siglo XIX, aunque se pensaba que la mayor parte del Sistema Solar estaba habitado, el planeta Marte pasó a ser el centro de la especulación sobre su habitabilidad. El astrónomo italiano Giuseppe Schiaparelli describió “canales” naturales en la superficie marciana que adquirieron carácter artificial al difundirse el descubrimiento en el ámbito anglosajón, traduciéndose canale por canals en vez de channels, que hace referencia a un canal natural en idioma inglés. El astrónomo norteamericano Percival Lowell reforzó esta idea asegurando que los canales eran obra de una supercivilización marciana. En el siglo XX los intentos de contacto a través de ondas de radio con civilizaciones extraterrestres situadas más allá de nuestro Sistema Solar han proliferado sin éxito, como los proyectos Ozma, Ohio y Phoenix, junto con los mensajes simbólicos adosados en forma de placas a los Pioneer X y XI, lanzados a principio de los 70, y el enviado desde el radiotelescopio de Arecibo en 1975.

La literatura de ciencia ficción, surgida en el siglo XIX como consecuencia del desarrollo tecnológico y de la posibilidad -aún lejana- de realizar viajes espaciales, sirvió de ejemplo para relatos que en el siglo XX tendrían pretensión de realidad objetiva. Como casos destacados cabe citar al astrónomo francés Camille Flammarion con La pluralidad de mundos habitados y a Herbert G. Wells con su popular La Guerra de los mundos, de la que Orson Welles realizó una conocida versión radiofónica en 1938.

En 1896 y 1897 tiene lugar una serie de observaciones de misteriosas naves aéreas con forma de zeppelín en diversos estados norteamericanos, antecedente de la paranoia platillista que se desató medio siglo más tarde. La ambigüedad del cielo nocturno, la emoción del público por el supuesto logro aeronáutico, más los fraudes de la prensa (aunque no existía la radio comercial ni la televisión sí existía ya el telégrafo y las noticias, junto con los fraudes, corrían rápidamente a la velocidad de la luz de un lado a otro del país), contribuyeron a que el americano que quería ver naves aéreas las viera. Acabada la Segunda Guerra Mundial, el hombre occidental divisó la posibilidad, más real que nunca, de lanzarse a la conquista del espacio, y el mito de la venida de los seres cósmicos a la Tierra adquiere su forma actual. Pero que no le engañen: no hay ni una sola prueba válida de que tales visitas se hayan producido no solo en el siglo pasado sino en toda la historia de nuestro planeta.

Categoría: Publicaciones Recomendadas.

RCP.
ACDC. 03Octubre2013.


Enviado el Jueves, 03 octubre a las 08:56:27 por divulgacioncientifica (818 lecturas)
 
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