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El reloj de Mr. Darwin
 

Publicamos a continuación una reseña del libro “El reloj de Mr. Darwin”, escrito por Carolina Martínez Pulido, Doctora en Biología, ex-Profesora de Fisiología Vegetal en la Universidad de La Laguna (ULL) y miembro del Aula Cultural de Divulgación Científica (ACDC) de la ULL.

El reloj de Mr. Darwin.

En el año 2009 las Ciencias Biológicas se vistieron de fiesta para celebrar el doble aniversario de su científico más significado: Charles Darwin. Nacido en 1809, publicó en 1859 su magna obra “El origen de las especies por selección natural”. Entre la multitud de homenajes realizados para conmemorar el acontecimiento, sobresale un precioso libro escrito por el conocido catedrático de Paleontología y codirector del Equipo de Investigación de los Yacimientos de la Sierra de Atapuerca, Juan Luis Arsuaga.

Bajo el título de “El reloj de Mr. Darwin. La explicación de la belleza y maravilla del mundo natural”, Arsuaga nos deleita con una obra de compleja elaboración, con textos superpuestos en varios niveles de lectura e ilustrado con numerosas imágenes, «un trabajo de costura literaria», en palabras del autor.

El libro consta de un prólogo inicial seguido de tres partes, notas finales y una breve reseña bibliográfica. Nada más empezar el prólogo, Arsuaga muestra un considerado recuerdo para Antonio de Zulueta, «un gran genetista español, de prestigio internacional, lamentablemente olvidado, que [estuvo] muy al corriente de los grandes debates y avances que se producían en tono a la evolución y a la Biología en general». Zulueta fue el traductor al español de una pequeña joya literaria: la última edición, 1872, de “El origen de las especies” impresa en Madrid en 1921.



En un esfuerzo por hacer justicia a la historia, Arsuaga también nos recuerda que, «aparte de las efemérides propiamente darwinianas, en el año 2009 se celebran otros dos importantes bicentenarios relacionados con el tema. Uno es la publicación de la “Filosofía zoológica” de Lamarck. El otro, la aparición del libro “Voyages dans l’Amerique méridionale” de don Félix de Azara […] gracias al cual los españoles también tenemos algo que recordar.»

La primera parte de “El reloj de Mr. Darwin” empieza con los recuerdos que Darwin cita en su “Autobiografía” referidos a sus inicios escolares y su paso por las universidades de Edimburgo y Cambridge. La descripción de esta época juvenil del naturalista está enriquecida por la transcripción de sus escritos, ilustrada con atractivas imágenes e interesantes comentarios del propio Arsuaga. Esta composición, presente a lo largo de toda la obra, confiere gran originalidad y valor al libro.  

En 1831 Charles Darwin empezó su célebre viaje alrededor del mundo a bordo del barco HMS Beagle, que duró cinco años. Nos interesa subrayar el interés que el joven naturalista tenía por visitar Tenerife, «siguiendo el rastro −relata Arsuaga− del gran viajero, geógrafo y naturalista Alexander von Humboldt (1769), que había ascendido al Teide» (página 67). Sin embargo, Darwin no pudo ver cumplido su deseo pues, por razones sanitarias, no se permitió al barco atracar en el puerto y hubo de continuar su viaje.

Tres semanas después de la salida de Inglaterra, «en Cabo Verde, sentado al pie de un acantilado −escribe Arsuaga−, el joven Charles, a la edad de veintidós años, se convirtió en Darwin […]. Decidió que quería entregar su vida al estudio de la Historia Natural, con la esperanza de hacer avanzar el conocimiento en este campo. Su vocación estaba decidida» (página 74). El viaje estaba empezando a cambiar profundamente su forma de pensar. Todo lo que observó, todas las notas que tomó, y todos los especímenes que recogió, iban provocando bullentes reflexiones en la mente del deslumbrado naturalista.
   
El 2 de octubre de 1836 el Beagle regresó a Inglaterra. Darwin tenía mucho que reflexionar. Había empezado el viaje como creyente en el relato bíblico sobre la creación del mundo, y regresaba con la cabeza llena de dudas. Tres años después se casó con su prima Emma Wegwood y se trasladaron a vivir a la aldea de Down, en Kent, donde transcurrió su vida durante los siguientes cuarenta años.

Después de hacer acopio de multitud de datos, Darwin abandonó la visión fijista y creacionista de los organismos vivos y se propuso a elaborar un modelo que explicara la sorprendente diversidad del mundo vivo. Así nació su teoría de la evolución, o como él la llamaba, la «descendencia con modificación»: un ingente esfuerzo por buscar una explicación racional a la transmutación de las especies. Y a ello había de sumar una incómoda preocupación que Arsuaga nos resume en la pregunta: «¿Estaban las clases más cultas de la sociedad inglesa, y por extensión, del ámbito occidental, en buena disposición para escuchar lo que Darwin tenía que decir?» No hay una respuesta consensuada entre los historiadores (página 147).

Darwin entendía que los organismos vivos se habían originado unos de otros a lo largo de la extensa historia de la vida sobre el planeta: de una especie ancestral común podrían haber divergido un conjunto de especies emparentadas. Propuso la selección natural como el mecanismo que explica la enorme diversidad biológica; se trata de una presión del ambiente que, paulatinamente, va adaptando a los organismos a los cambios que se producen en su entorno, favoreciendo a los más eficaces.

«La evolución −escribe Arsuaga− es oportunista, está sujeta a las variaciones que impone la Geología en el medio y no tiene propósito ni dirección. Su representación gráfica […] sería un árbol ramificado sin guía ni tronco principal. Porque no hay unos individuos mejores que otros en términos absolutos […], sino simplemente algunos sujetos son más idóneos para las circunstancias que se dan en un momento y lugar concreto. El más apto hoy, puede no serlo mañana» (página 158).

La segunda parte del libro profundiza con prolijidad en el contenido de “El origen de las especies”. Arsuaga nos advierte que «es un libro que se lee con gusto y parece fácil de entender […], pero si uno trata de analizar los razonamientos que contiene, resulta uno de los textos más complejos que se hayan escrito nunca, tan cargado está de conceptos en todas su páginas». Entre otras cosas, explica minuciosamente la selección natural, su dependencia de las variaciones hereditarias en los individuos y de que exista competencia por los recursos. Darwin expresaba: «A este principio de conservación o supervivencia de los más adecuados lo he llamado selección natural» (página 195). Sus razonamientos se nos presentan avalados por innumerables ejemplos.

La obra científica de Darwin, enfatiza Arsuaga, «no había terminado con “El origen de las especies”, ni mucho menos, y los años que van desde 1859 hasta su muerte en 1882 fueron muy ricos en observaciones, experimentación y escritura» (página 219). Entre tan intensa actividad, destaca sobre todo la publicación en 1871 de la segunda gran obra darwiniana: “El origen del hombre”. En este extenso trabajo, el gran naturalista sostiene brillantemente que para explicar la existencia humana, al igual que el resto de los organismos vivos, no hace falta recurrir a ninguna instancia sobrenatural: «No hay razón para dudar de que nuestro origen sea como el de las demás criaturas; en nuestro caso, por medios ordinarios la naturaleza ha producido resultados extraordinarios» (página 226).

En la tercera parte del libro, podemos leer las detalladas reflexiones de Darwin sobre el parentesco humano con los grandes simios africanos, razonando que no son nuestros antepasados, sino nuestros parientes vivos más próximos. Hay que insistir en que la imagen del árbol de la evolución es la gran herencia darwiniana. «En ella, el ser humano no ocupa un lugar central ni representa el extremo de su eje −expone Arsuaga−, porque no hay tal eje. […]. Darwin nos legó la idea de comunidad de origen, de parentesco entre todas las formas de vida, la hermandad de los humanos con las demás criaturas» (página 257).

Ciertamente, un árbol de la vida muy ramificado y sin tronco principal es la representación cabal del pensamiento de Darwin. En opinión de Arsuaga, «seguramente, la ausencia de finalidad en el mundo orgánico fue lo que más le costó expresar a Darwin, más que la idea misma de modificación de los organismos a lo largo del tiempo. […]. En su época resultaba más fácil defender que la evolución apuntaba, desde el principio (desde el origen de la vida), hacia un objetivo final, programado, previsible e inevitable: el ser humano. Lo difícil habría sido entonces conciliar esa direccionalidad con el mecanismo de la selección natural, que por definición no tiene meta, ya que es una fuerza meramente práctica, utilitaria.»

Bajo el epígrafe de «El reloj de Darwin», Arsuaga nos explica el título de su libro: «Darwin fue un genio, quizá el más grande de la historia, porque resolvió el problema del diseño sin diseñador inteligente. Explicó cómo pueden aparecer órganos perfectamente adaptados para cumplir una función concreta sin que nadie los haya proyectado» (página 264).

Todo ello hace referencia al famoso ejemplo citado en el libro de William Paley, “Natural Theology” (1802), que básicamente dice que, si no conociésemos lo que es un reloj y encontráramos uno en el campo, al abrirlo y observarlo pensaríamos que se trata de un producto construido por un diseñador inteligente. Siguiendo el mismo razonamiento, Paley sostenía que los seres vivos deben entenderse como productos creados por una inteligencia superior. “El origen…” de Darwin echó por tierra el modelo de diseño inteligente. Y, en este sentido, Arsuaga recuerda que «Darwin confiaba en que las nuevas generaciones partieran en sus investigaciones de la idea de la evolución y no de la creación».

El último capítulo de “El reloj de Mr. Darwin”, titulado «La grandeza de la evolución», tiene un gran interés porque podemos leer qué piensa un experto cualificado como Juan Luis Arsuaga sobre las aportaciones realizadas al paradigma darwiniano por disciplinas como la genética, la biología molecular, la paleontología, entre otras, que a lo largo del siglo XX se han desarrollado de una manera espectacular. El debate generado ha sido, y lo sigue siendo hoy, muy intenso. Quizás el mejor resumen de la posición del autor queda reflejado en la última palabra de este capítulo: ¡DARWINISTA!

El reloj de Mr. Darwin.

Juan Luis Arsuaga.
Ediciones Temas de Hoy.
Madrid (2009), 348 páginas.
ISBN: 978-84-4860-792-2.

Categoría: Publicaciones Recomendadas.

Carolina Martínez Pulido.
Doctora en Biología.
ACDC. 19Mar2015.


Enviado el Jueves, 19 marzo a las 10:03:43 por divulgacioncientifica (2736 lecturas)
 
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